Donde habite el olvido

Dystopia. Dramaturgia/Direcció: Juan Pablo Mendiola. Intèrprets: Cristina Fernández/Àngel Fígols. Música/Espai sonor: Damián Sánchez. Coreografía: Cristina Fernández. Disseny/Realització espai escènic: Los Reyes del Mambo. Concepció audiovisual: Juan Pablo Mendiola. Disseny il·lumincació/Vídeo-mapping: Manuel Conde. Disseny/Realització audiovisuals: José Ábalos/Laura Cuello. Disseny de vestuari: María Almudéver. Traducció: Paula Llorens. Imatge gràfica/Cartell: Assad Kassab. Fotografia: Jordi Pla. Ajudant direcció/Producció: Joan Ballester. Distribució: A+Soluciones Culturales. Disseny de producció: Margarita Burbano. Producció: Panicmap, Proyectos Escénicos. Del 1al 11 de febrero de 2018, al Teatre Micalet.

Cuando Àngel Fígols y Cristina Fernández salen al escenario, la fuerza magnética del primer encuentro de los personajes de esta distopía empieza a envolver al público, desde muy pronto, como en una espiral, para atraernos a la ficción del contacto físico y mental de los ambientes emocionales de estos personajes. Desde ese momento, el relato se teje e interpreta con paradojas convergentes y divergentes a través de los recursos de la palabra, danza, luz, música, objetos, vestuario, live cinema y vídeo mapping, para que sintamos los diferentes estados emocionales en la piel y huesos como una verdad escénica.

La ausencia, la incomunicación, lo imprevisible y el desconcierto generan las palabras que transitan por espacios abiertos, aunque fronterizos, en los que la sensación de inmovilidad fluctúa junto con el deseo. La historia de esta obra está abierta a la interpretación de los espectadores para que imaginen un principio y un fin, con sentido o sin él; ya que poco importa que nos empeñemos en inquirir la exactitud de los significados porque esa semántica no existe, como no existe la realidad como verdad al margen de nuestras percepciones y pensamientos. De esto trata la obra, de representar las percepciones sin causalidad ni finalidad, abiertas y circulares, en escenas envolventes que se inician y terminan como en un instante emotivo. Tal es así que el live cinema y el video mapping amplifican aún más la historia si cabe, porque bien se puede tratar de una imaginación o de una experiencia.

Con este espacio escénico abierto del que se parte, la tecnología transmedia visibiliza varios escenarios y significados con perfiles reconocibles, como aquellos que podríamos leer en unas acotaciones. Todo un acierto tecnológico al servicio de la acción y de la interpretación, con magníficos logros para crear la sensación del tiempo objetivo y subjetivo, convergente y divergente, delimitado y abierto. Y es muy de agradecer que no se haya caído en la tentación de sobreexponer la tecnología y que su uso esté supeditado a una finalidad proxémica: la de construir una escenografía de intimidad o ensimismamiento, con un dominio actoral espléndido, como cuando recrean el viaje en coche o cuando el espacio se calcula con cifras y coreografía para mostrarnos que aún nos quedan espacios por transitar.

La coreografía es un diálogo en sí misma como lenguaje de danza, y está construida como dos personajes más que acompañan a los dos protagonistas de la acción, por lo que bien podríamos hablar de los cuatro personajes que interpretan la acción. Cuando la danza es la protagonista, el lenguaje no verbal pone patas arriba el mundo para que sintamos el poderío físico sin la palabra. Aquí los referentes son metafóricos, sonoros, visuales…: oníricos. Y, entonces, la danza se convierte en un baile de encuentros y desencuentros entre lo deseado y experimentado por el cuerpo. De nuevo, la altura interpretativa de Cristina Fernández y Àngel Fígols envuelven al público como si no hubiese transición entre danza y teatro.

De igual modo, el espacio sonoro, está muy presente a lo largo de la obra. Las sugestiones que provocan el lenguaje verbal y no verbal se mezclan con las propias de la música, por lo que este espacio sonoro, también, se convierte en otro espejo, desdoblado y envolvente, de la acción; sobre todo con la canción Creep que canta en directo Cristina Fernández, y cuya letra e interpretación predisponen el encuentro real o deseado entre los dos protagonistas. Cuando se escucha el espacio sonoro, es el momento en que sentimos la ingente labor de este equipo artístico multidisciplinar para que como espectadores sintamos que todos los lenguajes fluyen en armonía, aunque sea para acercarnos al mundo vivencial de lo distópico. Otra paradoja más que se ha construido con un gran acierto.

La dramaturgia y dirección de Juan Pablo Mendiola es sincrética, como no podía ser de otra forma para afrontar la comunicación entre tan diversos lenguajes artísticos, aunque para él puede que sea esta complejidad el hábitat natural a partir del cual ofrecernos su teatro, y lo digo por su amplia formación como actor, autor, director y dominio de la iluminación y tecnología en la creación escénica, un terreno que transita como pocos. Si bien esta obra se estrenó en Las Naves de Valencia en 2016, con solo tres días de programación, es ahora cuando tenemos la oportunidad de ver la versión valenciana en el Teatre Micalet, un lujazo. Y un maravilloso equipo profesional que nos invita a transitar por la Dystopia, la que nos envuelve.

Tuve la suerte de asistir a una sesión matinal con los alumnos y profesores del IES Sucro d’Albalat de la Ribera. Nos encantó la obra, y el coloquio encandiló aún más; además, de entre las muchas preguntas planteadas me quedo con la siguiente: ¿Cómo se puede salir de la distopia? Como siempre, el futuro es la educación, y lo mejor lo vemos cuando un centro educativo ocupa las butacas del teatro para hablar de tú a tú con la compañía. Todo un ejemplo. Vayamos al teatro.

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